El efecto invernadero es muy parecido a lo que ocurre en los invernaderos para cultivos de plantas. Los rayos del sol al incidir en el suelo calientan el mismo. El suelo, una vez caliente, emite radiación infrarroja que es emitida al espacio y que es parcialmente reflejada por la atmósfera hacia el suelo otra vez. De este modo la temperatura del conjunto se eleva.
Siempre ha habido efecto invernadero, y este mismo efecto permite la vida sobre la Tierra. Lo que trae graves consecuencias es cambiar la intensidad de dicho efecto.
Cuando aumentamos los gases de este tipo el porcentaje de radiación infrarroja reflejada hacía el suelo aumenta, con el consiguiente aumento de la temperatura.
La vida en la Tierra puede adaptarse a cambios climáticos que se producen de una manera lenta en el tiempo, pero el actual ritmo cambiaría la vida en la Tierra tal y como la conocemos de una manera brutal. Un bosque, por ejemplo, se mueve muy lentamente a través de diversas generaciones de árboles.
No ya sólo la subida de los niveles del mar anegaría ciudades costeras como Nueva York, Barcelona y similares, sino que el cambio climático alteraría los monzones, aumentaría la fuerza de los huracanes, habría más sequía e inundaciones y toda una multitud de desastres “naturales” de todo tipo como la difusión de enfermedades tropicales hacia las áreas “templadas”.

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